lunes, 28 de febrero de 2011

Barrabás y compañía



Desde Caracas, Venezuela, nos escribe José Agustín Catalá para compartir con nosotros una anécdota de murciélagos. Esperamos que la disfrutes y que nos hagas llegar tus comentarios.

Cuando yo tenía 14 años mis padres me regalaron el sueño de mi vida convertido en tambores y platillos: una batería. Eso sí, la condición para poder tocarla era que la pusiera en el sótano de la casa y que cubriera las paredes del lugar con corcho para aislar el sonido. Yo estuve feliz con mi batería y con mi música a todo volumen hasta que cierto día alguien dejó por error la puerta del sótano abierta que daba al jardín, entonces se metió un murciélago que decidió ocupar (la declaró como su nueva casa) el bañito que quedaba en el rincón. Mis hermanas y yo le teníamos un miedo espantoso a aquel animal porque nos volaba muy cerca de la cabeza a toda velocidad, una cosa que casi nos despeinaba, además de, claro, la mala fama que tienen los murciélagos porque uno cree que te pueden atacar y chupar la sangre. Un fin de semana, con ayuda de mis primos que estaban en casa, decidimos acabar con el invasor. Nos fuimos al sótano armados con palos de escoba y una cobija gruesa para lanzársela encima al murciélago en pleno vuelo y así darle caza; pero en pleno proceso de cacería nos sorprendió mi tía Margot que es bióloga y nos preguntó qué era lo que estábamos por hacer. Le contamos y su cara fue un poema. Nos explicó que eso que teníamos planeado era un crimen, que los murciélagos son unos animales encantadores, buenos, necesarios, que en su inmensa mayoría se alimentan de polen, insectos y frutos pero que prácticamente jamás atacaban al hombre. Fue tal el “jarabe de lengua” que nos metió mi tía que decidimos guardar todas las armas otra vez en su lugar y dejar con vida al murciélago al que bautizamos más adelante con el nombre de Barrabás.

Confieso que Barrabás fue mi compañero musical durante muchos años. El único que no se aturdía con mis tambores y platillazos, el gran testigo de mi evolución como baterista. Se nos hizo normalísimo ir al baño y dejar que nos volara cerca sin aterrorizarnos ni sentirnos amenazados. Con el tiempo Barrabás consiguió pareja y luego tuvieron murcielaguitos, todo allí dentro de nuestro baño del sótano. Incluso se convirtió en una especie de atracción exótica, pues todo el que visitaba la casa era invitado a conocer a Barrabás y compañía, como si fueran miembros de la familia.

Hoy día tengo mi propia familia y sigo tocando batería; a veces recuerdo a Barrabás, mi amigo murciélago, lo echo francamente de menos y le dedico la próxima canción.